11 de Mayo – Lamento

“Toma en cuenta mis lamentos; registra mi llanto en tu libro ¿Acaso no lo tienes anotado?” Salmo 56:8 (NVI)
Dicen los guapos tangueros que no es de hombres llorar, que las lágrimas son cosas de mujeres. Y se nos había hecho creer que la dureza y la falta de sentimientos eran las consignas del macho. ¿Existe alguien más duro que un soldado? Un hombre acostumbrado a pelear, con la amenaza de la muerte a diario, que mata y lastima sin piedad. Un hombre fiero, que golpea hasta derribar a su enemigo. Implacable, rudo, tenaz, no hay lugar para el sentimentalismo o para la flojedad en la línea de combate.
Sin embargo, el rey David, un soldado experimentado y curtido en cientos de batallas, cuando estuvo triste lloró y mucho. El hombre duro, al que no le temblaba el pulso en el momento de matar a su enemigo, se doblaba de dolor en su cama mientras lloraba por las cosas que lo acongojaban.
En el presente, el dolor sigue generando el mismo sentimiento. Frente a los hechos difíciles de la vida, hoy también lloramos. Lloramos por la pérdida de un ser querido, lloramos por el fracaso consumado, lloramos por el engaño, lloramos por un hijo enfermo, lloramos por la soledad, lloramos por la falta de respuestas, lloramos por el futuro incierto, lloramos de miedo o de vergüenza. Lloramos.
Pero, el salmista entendió que había algo que lo impulsaba a superarse. David sabía que Dios tenía anotada cada una de sus lágrimas, que Dios conocía cada uno de los motivos de su queja y cada uno de los dolores de su alma. Dios, ahora mismo, no está ajeno a tu tristeza.
Y aún en nuestra angustia más profunda ¡Dios se interesa por nosotros con lujo de detalles! Jesús nos recordó un poco más acerca del interés de Dios por comprendernos: hasta tiene contados los cabellos que hay en nuestra cabeza. Con esa misma minuciosidad, Dios conoce lo que te pasa.
A menudo tambaleamos entre la fe y el temor. Y nos dejamos vencer por ese dolor que resulta insoportable. Dudamos del amor y del poder de Dios cuando las lágrimas son demasiado abundantes y duele el alma en cada respiro.
Cuando te sientas tan desalentado que pienses que nadie te puede llegar a comprender, recordá que Dios conoce todas tus dificultades y ve cada una de tus lágrimas. Él tiene anotados tus problemas y concibe la solución para cada uno de ellos.
REFLEXIÓN – Dios sabe. No estás solo.

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