18 de enero – Indignación

“Jesús entró en el templo y echó de allí a todos los que compraban y vendían. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas.” Mateo 21:12 (NVI)
Jesucristo acababa de entrar en Jerusalén recibiendo el apoyo de una multitud que lo aclamaba como líder. Había sido una entrada impresionante, digna de un rey. Cualquier otra persona hubiera utilizado ese momento para lanzar su campaña política. Pero Jesucristo no hizo eso. En cambio, fue al templo de Jerusalén, a la casa de Dios, a Su casa, y cuando entró, tomó esta actitud que Mateo relata en apenas dos frases.
Resulta difícil imaginar a Cristo enojado, con un látigo en la mano, tirando mesas, echando a los comerciantes, pateando jaulas de palomas. No es la actitud que uno esperaría del Hijo de Dios. Alguien dijo cierta vez que si una persona que es generalmente tranquila y mansa se enoja, es necesario escucharla; debe tener un muy buen motivo. ¿Qué provocó que Jesucristo les gritara a esos hombres: Convirtieron la casa de Mi Dios, en una cueva de ladrones?
El judío debía ir al templo con una ofrenda para el holocausto. Era por lo general un novillo o un cabrito de un año, que debía ser sin mancha. La Ley de Moisés explicaba los requisitos que debían reunir dichos animales, que llegaban vivos al templo para ser sacrificados.
Los sacerdotes eran los encargados de evaluar la condición del animal destinado al sacrificio, y era normal que lo rechazara aduciendo defectos. En estos casos, les recomendaban a los adoradores que compraran un animal en condiciones en el mercado del templo. Todos sabían que esos puestos del mercado eran propiedad del sumo sacerdote, quien tenía la última palabra para aprobar o descalificar el animal que iba a ser sacrificado. El precio en ese mercado era 20 veces más caro que el valor que se pagaba por el mismo animal fuera del templo. Era un negocio redondo, para el sumo sacerdote.
Esto fue lo que le indignó a Cristo. El abuso, la estafa, la desfachatez y la mentira de aquellos que se decían religiosos y convertían la religión en un comercio. Por eso, Cristo entró al templo para limpiar lo inmundo, lo inapropiado, lo sucio.
Tu pecado hoy le sigue provocando a Jesucristo la misma indignación. Él desea limpiarte de toda tu suciedad. No provoques la ira del Hijo de Dios con tus actos.
REFLEXIÓN – No indignes a Jesús.

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