3 de marzo – Reconocimiento


«Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.» 1 Corintios 15:58 (RVR)

Qué bueno es que Pablo nos recuerde esto. La iglesia es como una familia, en donde hay miembros que trabajan mucho por los demás, algunos que trabajan menos, e incluso hay otros que no hacen nada, y para peor, un último grupo que además de no hacer nada, molesta.
Cuando yo era chico, vivíamos en un departamento. Tenía dos hermanos varones, y como todo muchacho, éramos muy desordenados. Mi mamá siempre trabajó (es maestra y profesora de inglés) y, por lo tanto, se las tenía que arreglar para organizar adecuadamente el desbarajuste que sus hijos dejaban por toda la casa. Nuestra pieza parecía un campo de batalla. Con el paso del tiempo, y aunque no habíamos cambiado mucho en cuanto al orden, atendiendo los reclamos constantes de nuestra madre comenzamos a reconocer su esfuerzo y a agradecerle la tarea de acomodar nuestras cosas. A pesar de que ella continuaba rezongando por nuestro permanente desorden, nuestro reconocimiento la alegraba.
Dios es superlativo. Él ve todas las cosas, todo el tiempo, incluso las intenciones del corazón. En la iglesia siempre hay trabajos más reconocidos como presidir, cantar, ser maestro en la escuela dominical, ser el líder de un grupo o predicar y otros más silenciosos: guardar el orden, servir el desayuno a los chicos, sonreír, saludar con alegría, dar un beso, tener una palabra de aliento, compartir un caramelo, hablar con el que está solo o es nuevo. Y a todos, naturalmente, los anima la aprobación y el reconocimiento del resto. Es por ello que a veces preferimos realizar cierto tipo de tareas, en lugar de otras.
Pero a Dios no se le pasa nada por alto. Él conoce perfectamente tu esfuerzo silencioso, tu trabajo que no se ve. Sabe de tus palabras de aliento, de tu sonrisa al saludar, de tu abrazo y tu mano extendida, de tu intento por hacer sentir cómodo al que es más tímido, de tu dedicación al barrer, saludar, limpiar o acomodar.
Dios ve todo lo que estás haciendo y te garantiza que nada es en vano. Nada va a quedar en el olvido, nada va a ser desechado.
Dios conoce lo que hacés y lo valora. No te desalientes, no te desanimes, no bajes los brazos; Dios te valora y aprecia.
REFLEXIÓN — El mejor reconocimiento lo brinda la persona más importante.

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