1 de abril – Ramos
“Había mucha gente que tendía sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían en el camino.” Mateo 21:8 (NVI)
Hoy la comunidad cristiana celebra el Domingo de Ramos, que conmemora el día en que Jesucristo hizo su entrada triunfal en Jerusalén. Para estas fechas, en cada iglesia los fieles asistían al culto con sus ramos para recordar aquel hecho único en la historia. Los templos estaban llenos de personas, pero los corazones de ellas, vacíos. Una situación que se repite, lamentablemente, cada año.
Hace dos mil años Jesucristo ingresaba a Jerusalén montado sobre un pollino. Era un símbolo de sus intenciones. Los que ingresaban a las ciudades montados sobre caballos eran los generales en pie de guerra. Los magistrados que ingresaban en asnos o burros, lo hacían con fines pacíficos.
Jesucristo conocía tales costumbres, por eso ingresó de esa forma en la Ciudad de David. Él entró en la ciudad para redimir a la humanidad, para morir en la cruz para pagar los pecados de cada uno de los seres humanos. En su mente estaba cumplir el plan de Dios para la salvación de la humanidad. No venía a castigar, venía a construir la paz. Pero el pueblo no lo entendió. Esperaba un libertador militar. Quería liberarse del yugo romano. Por eso, aquel día recibió a Jesucristo como si fuera un gran conquistador. Era una bienvenida digna de un rey
Prepararon para recibir a Jesucristo un camino de mantos y de palmas para darle honores, pero sólo motivados por el egoísmo y los deseos personales de los que gritaban. Porque una vez que Jesucristo pasó por allí, ya nadie se acordó más de su Persona. Al día siguiente sólo había palmas marchitas en el piso y olvido en los corazones. Dos mil años después sucede lo mismo.
Las iglesias llenas de ayer, hoy tienen nada más que ramos marchitos en sus tachos de basura. El vacío de sus atrios simboliza lo que tienen en sus corazones los visitantes de ayer. Nos olvidamos muy rápido del motivo de estas fiestas. Solamente pensamos en el fin de semana largo para ver a dónde nos vamos a pasear. A pesar de eso, Jesucristo nos sigue esperando. Él ve las intenciones del corazón, y sabe lo que estamos pensando y sintiendo.
Que el día después del Domingo de Ramos, tu vida sea un recuerdo permanente. No imites a la masa, que ya se olvidó del tema.
REFLEXIÓN – Que no se marchite tu ramo de la memoria.
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