1 de febrero – Autoridad

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.” Efesios 5:25 (RVR)
 
En este mundo dado vuelta, el rol del hombre en el hogar está totalmente desvalorizado. Tantas nuevas ideas, tanto auge de la filosofía y tantos cambios, casi nadie entiende ya cómo debe actuar el hombre dentro de la familia. Quizá ésta sea la causa por la que la familia pareciera no existir más y de que los hogares estén al borde del fracaso. La familia está considerada una institución pasada de moda, desestimada y sin sentido.
Muchos creen que el hombre tiene el derecho de dar órdenes y ser obedecido. Y eso, más de una vez, se traduce en mandar sin escuchar, en gritar y no pedir disculpas, en obligar y someter a la esposa o a los hijos a sus caprichos, en actuar como un supuesto macho. Algunos se basan en la Biblia para fundamentar esta afirmación. Y, aunque parcialmente, es cierta. El hombre tiene derecho a gobernar en su familia, pero no con esa actitud machista y obviando sus obligaciones.
Pero, casi todos se olvidan de la terrible responsabilidad que viene con ese derecho. El hombre está obligado por Dios a amar a su mujer, de la misma manera que Cristo amó a la Iglesia. Debe hacerlo de una manera totalmente desinteresada y sin pedir nada a cambio. El amor debe ser incondicional, sin cansancio, permanente, total.
Junto con el derecho de dirigir su hogar, está la obligación de cuidar a su mujer, tratarla como una copa de cristal, con cuidado y esmero. Debe protegerla, escucharla, mimarla, abrazarla, consolarla, comprenderla, contenerla, ayudarla. Ser el hombre de la casa, no lo exime de levantar la mesa o lavar los platos, ayudar en la tarea de los chicos, o acomodar la ropa..
Porque si uno ama, como Cristo amó, todo lo que pueda hacer es poco.
El problema es que ya desde el noviazgo comenzamos a olvidarnos de estas responsabilidades y cuando llegamos al matrimonio estamos enviciados. Debe ser una práctica constante y cotidiana aún dentro del noviazgo, para que Dios se agrade de nuestro comportamiento.
Si conseguís actuar de esta manera, será imposible que la autoridad de tu casa sea cuestionada. Se acabarían los hombres golpeadores, ausentes en el hogar, desatentos con su mujer. La familia recuperaría sus valores.
Dios llama a los hombres a ser verdaderamente hombres. Como Cristo.
REFLEXIÓN — La autoridad es un derecho que se gana.

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