10 de julio – Antes

“Al fracaso lo precede la soberbia humana, a los honores los precede la humildad.” Proverbios 18:12 (NVI)
Esta frase escrita por Salomón, parece haber sido dictada por su padre David. Tal vez, en algún momento de intimidad, el viejo rey le contó a su hijo y futuro heredero de su trono, sobre sus inicios en la vida social de Israel. Después de matar a Goliat y de lograr fama, el rey Saúl comenzó a sentir envidia de la prosperidad de su soldado más famoso y se sintió amenazado por el reconocimiento popular que había logrado.
Sin embargo, en sus ratos de locura cuando un espíritu maligno lo atormentaba, lo único que calmaba al rey Saúl, eran las canciones que tocaba su fiel soldado David, canciones celestiales, tonadas inspiradas en Dios, notas angelicales que provenían de un corazón cercano a Dios.
Pero, en esta situación había una realidad triste: Saúl no quería cambiar su actitud. Lo único que quería era el alivio de su malestar espiritual. No estaba interesado en modificar sus pensamientos ni las actitudes que lo encerraban en sus días de alienación. Sólo pretendía algo así como un analgésico para su malestar. Tapaba la humedad de la pared pintando la mancha, pero nunca arreglaba la pérdida del caño que la generaba.
No le interesaba componer su problema de raíz, maquillaba el inconveniente con un poco de música y nada más. Por eso, terminó en el más completo fracaso. Su enfermedad lo llevó a tratar de asesinar a su músico apaciguador. Y como fracasó en su intento, lo buscó durante meses tratando de matarlo con su ejército. Demasiado orgullo para reconocer el origen de sus problemas, demasiado orgullo como para permitir que lo asesoraran en la búsqueda de soluciones, demasiado tonto como para no darse cuenta que ese orgullo impregnado de tozudez lo estaba llevando al fracaso.
David era la cara opuesta de esta moneda. A pesar de los problemas que enfrentó y de las injusticias que soportó, actuó siempre con humildad, respeto y temor de Dios. Por eso, finalmente, alcanzó la gloria de ser el rey de Israel. Pudo vengarse, tomar justicia por mano propia, o rebelarse. Optó por la humildad, porque sabía que antes que los honores, era necesario actuar con humildad. Dios lo garantiza.
Hoy tenés que elegir, ¿qué actitud vas a tomar? ¿La de Saúl que fue orgulloso y terminó en el fracaso? ¿O la de David, que fue humilde y respetuoso y terminó lleno de honores? Antes del honor, está la humildad.
REFLEXIÓN – Tu antes condiciona tu ahora.

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