11 de agosto – Culpa
“Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo.” Hebreos 9:14 (RVR)
¡Cuanto pesa la culpa! Es una carga que no podemos eludir. Pareciera que es imposible sacárnosla de encima. Y cuanto más avanzamos, se hace más pesada. Intentamos cualquier medio para librarnos de la culpa de nuestros actos. Hay cosas que nadie conoce, solamente las sabemos nosotros mismos (cada uno en su soledad), y que nos da vergüenza contarlas. Esas son las que permanentemente vuelven a la memoria y no nos dejan en paz.
Es por la culpa. Y no hay nada que podamos hacer para liberarnos de la culpa, porque ya está todo hecho. Es cierto que todos somos pecadores, pero los que recibimos a Jesucristo como Salvador y le pedimos a Él que perdone nuestros pecados tenemos una enorme ventaja: Dios nos perdona los pecados, todos los pecados. Dice Miqueas que los sepultó en lo profundo del mar y que nunca más se acordará de ellos. Dios nos ama tanto, que nunca nos va a recriminar por las faltas pasadas si le pedimos perdón por ellas.
Pero el amor de Dios es aún mayor, y alcanza hasta limpiarnos de la culpa. Nadie puede acusarnos porque Dios nos justificó, Dios sólo nos pide una acción para eliminar la culpa, confesar los pecados. Porque cuando Dios perdona, olvida para siempre.
El sentimiento de culpa proviene del diablo, para inmovilizarnos. Es como si nos dijera al oído: “Cómo vas a hacer ese servicio para Dios si vos cometiste tal pecado. Cómo es que te animás a orar y leer la Biblia después de haber hecho tal o cual cosa. Dios no te va a bendecir, menos después de haber cometido semejante pecado”.
Dios nos da una garantía maravillosa para aniquilar ese sentimiento: la sangre de Cristo, que limpia de todo pecado, puede además limpiar nuestra conciencia de toda culpa. No importa lo grave que sea tu pecado, ninguno es tan grave que no pueda ser perdonado por Dios. El perdón de Dios no tiene límites, no hay nada que lo condicione.
Pero el perdón de Dios también tiene un propósito, y es que podamos servirle. No hay servicio posible si no estamos limpios. Dios requiere primero santidad y luego acción. Y nos da todas las posibilidades para realizar un servicio eficiente.
REFLEXIÓN — La culpa de tener culpa es totalmente tuya. Mejor serví a Dios en santidad.
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