12 de marzo – Dolor
«Diciendo: ¡Oh, si conocieses tú también, por lo menos en éste tu día, lo que conduce a tu paz! Pero ahora está encubierto a tus ojos.» Lucas 19:42 (RVR)
La situación era única en la historia. Jesucristo estaba por entrar en Jerusalén. Se iba a producir un acontecimiento que quedaría plasmado en las páginas de todos los historiadores de la época. Un hombre sin ejército, sin poder político, sin escuadrones ni influencias entraría en la ciudad de David y sería tratado como un rey.
La entrada de Jesucristo alteró la monotonía de la ciudad, y provocó un terrible dilema para los líderes políticos de ese momento. Roma permitía cualquier acción ciudadana excepto los motines. Eran situaciones que por norma, se exterminaban con extrema dureza. La espada romana cortaba cualquier intento de amotinamiento. Y la multitud, reunida por casualidad en la entrada de la ciudad, daba esa sensación. Se estaba dando la bienvenida a un personaje que para ellos era casi desconocido, pero que atraía a miles de personas.
El ambiente era festivo y todos estaban conmocionados. Querían ver a Jesús, aplaudían, gritaban, corrían, era una bienvenida digna de un conquistador victorioso. No faltaba nadie en ese evento. Pero Jesucristo llora. A pesar de tantos gritos de alegría, de tantas palmas en el suelo, de tantas capas para darle la bienvenida, el Soberano de la Tierra llora.
Sólo Él podía ver que esa misma multitud que le estaba dando la bienvenida, sería la misma que una semana después gritaría. ¡¡Crucifícale!! en el patio de Pilatos. Que esa muestra de admiración era ficticia, porque estaban esperando otra cosa. Y que ninguno de ellos sabía bien que estaba haciendo Cristo allí en ese momento. Ninguno lo conocía. Nadie sabía quien era en realidad. Ninguno pudo darse cuenta que Él era el origen de la Paz. Tenían los ojos encubiertos y no podían ver.
Jesús entraba en Jerusalén y lloraba por la indiferencia de la gente. A pesar de tantas muestras de cariño, las personas no estaban interesadas en Él. Hoy padecemos el mismo mal. Hay cultos alegres, repletos de gente, cánticos para Jesucristo, demostraciones visibles de su soberanía, palabras elocuentes y acordes al momento, pero Jesucristo está afuera. No lo conocemos, no sabemos quién es. También nosotros tenemos los ojos cubiertos por el velo de la religión, y Cristo padece nuestra indiferencia.
Despertate, destapá los ojos de tu alma. Es hora de mirar a Cristo. No le causes más dolor a Jesús.
REFLEXIÓN – Sacudí tu indiferencia.
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