13 de septiembre – Olvido
“Nosotros somos descendientes de Abraham le contestaron, y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados?” Juan 8:33 (NVI)
Era una discusión algo acalorada entre los fariseos y Jesucristo. Y como solía pasar, los religiosos de la época salían siempre mal parados. En medio del intercambio de opiniones, los fariseos comenzaron a enojarse cada vez más. Y cuando las personas se enojan, dejan de ser objetivas. Es allí cuando sufren el mal del olvido.
El punto en cuestión era la esclavitud. Y estas personas ofuscadas perdieron totalmente la coherencia. ¡Jamás hemos sido esclavos de nadie! gritaron en un momento de pasión. Se olvidaron de los alrededor de 400 años que padecieron la esclavitud en Egipto, de la que tuvieron que ser rescatados por Dios mismo. La pascua que anualmente celebraban era para recordar, precisamente, esa liberación.
Se olvidaron también de los 70 años de deportación a Babilonia. Años oscuros y sin libertad. ¿Como podía ser que esas personas tuvieran tan poca memoria y quisieran adaptar sus mentiras a una realidad que no permitía cuestionamientos? Es que las mentiras que puedas decir, jamás van a poder eliminar las verdades contenidas en la realidad. Esos fariseos habían olvidado todo esto.
Decía un famoso historiador que un pueblo sin pasado es un pueblo sin futuro. Sin embargo, nos empeñamos en querer negar nuestro pasado. Nos avergüenza lo que fuimos o lo que hicimos y pensamos que mintiendo podemos eliminarlo, pero el único resultado que obtenemos es que nos deja muy mal parados por lo insostenible del argumento. Como les pasó a los fariseos. Después de esa frase, ya nadie los tomaba en serio en una discusión.
Se olvidaron de Egipto y de Babilonia, se olvidaron que estaban bajo el yugo romano. Y en el fragor de la discusión, hicieron una aseveración sin respaldo. Solemos imitar muy seguido a los fariseos, aún sin darnos cuenta. El ser humano tiene esta debilidad. Cada vez que discute, se enciende. Y cuando lo hace, pierde la objetividad.
En esto también asombra Jesucristo, que nunca perdió la línea. Un Maestro digno de imitar. No importa cuan álgida fuera la discusión, Cristo jamás decía una frase de más. Sería muy bueno, si pudiéramos imitarlo. Para tener memoria, y recordar que antes que hablar, necesitamos pensar. Que no te sorprenda el olvido, que no cometas la tontería de los necios de discutir sin fundamentos. La mente fresca, siempre piensa mejor. Aún en medio de las discusiones.
REFLEXIÓN – No te olvides.
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