14 de Agosto – Olor

«El os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.» Efesios 2:1
Olor
Hubo un violento terremoto en Perú que dejo más de 350 muertos. Es la peor catástrofe natural en los últimos años. Después de los segundos de pánico por el movimiento incontrolable, llegaron las horas de angustia y dolor para todo el pueblo peruano. Hay temor por las consecuencias. Los heridos, las casas destruidas, las pestes, los muertos.
Solo aquel que estuvo en un escenario de estas características puede reconocer el olor a catástrofe. Es algo que no se puede percibir por televisión, ni lo pueden contar los reporteros. Pero que los vecinos del lugar padecen continuamente. No es un olor agradable.
Aquellos que han colaborado en estas ocasiones recuerdan con angustia lo desagradable del momento, y la imposibilidad de sacarse ese olor de la ropa. Después de un largo baño, y de cambiarse la ropa, el olor sigue estando presente. Muchas veces, la ropa utilizada era quemada. El olor no se iba.
Pablo tal vez jamás estuvo en una situación como esta, pero conocía ese olor. En las cárceles donde pasó mucho tiempo, era normal que muriera algún preso y también era habitual que dejaran el cadáver pudrirse en su celda. Ese olor todo lo impregnaba. No había manera de evitarlo. Conocía muy bien ese olor.
Por eso, cuando escribe esto, no lo hace como una metáfora religiosa. Pablo sabia muy bien que el pecado tiene el efecto devastador de pudrir la vida, de arruinar el alma, de matar el espíritu. Y que aquellos que teníamos pecado estábamos muertos para Dios. Olíamos mal, olíamos a podrido. No nos dábamos cuenta, pero éramos despreciables.
Cuando Jesucristo nos salva, también nos da vida. Cambia la naturaleza de nuestra esencia. Nos viste de Dios, nos saca la ropa de muerto que teníamos, y nos limpia de toda la mugre y suciedad que el pecado nos había dejado pegado en el cuerpo.
Cristo nos limpia totalmente, nos hace nuevas criaturas, nos deja como recién nacidos, sin secuelas ni residuos. Nos deja 0 km. Con semejante diferencia, resulta inconcebible querer volver al estado anterior. Nadie en su sano juicio desearía deja un estado tan precioso y limpio para volver a vestir las ropas que huelen a muerto. Pero cada vez que pecamos, hacemos esto. No vivas manchando lo que Dios ya limpio.
REFLEXIÓN – No huelas mal.

Artículos relacionados