14 de junio – Combinación

“Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón.” Proverbios 28:13 (RVR)
El ser humano es un animal de costumbres. Repetimos incesantemente las mismas rutinas, sin pensar en sus consecuencias. Siempre lo hice así; es mi carácter; no puedo cambiar, son las excusas típicas para justificar una mala actitud en la que reincidimos. Nos acostumbramos rápido a las nuevas situaciones.
Tuvimos durante varios años un Gol 5 puertas al que le hicimos 210.000 Km. Los años, la silla de ruedas y el crecimiento de la familia nos motivaron a cambiarlo. Así que compramos una camioneta Berlingo, con un baúl enorme, mayor espacio entre los asientos, y por ser más moderna, con mayor confort. Volvíamos de una reunión a la noche y comentábamos con Miri: ¿Como entrábamos en el Gol? Esta que es enorme ya parece justita. Nos acostumbramos.
El pecado genera en la conciencia del ser humano el mismo efecto. Adormece y acostumbra. Recordá la primera vez que incurriste en ese pecado. La culpa y la vergüenza no te dejaban tranquilo. Te perseguías creyendo que todos sabían lo que habías hecho en privado. Pediste perdón a Dios varias veces para reafirmar tu limpieza y te propusiste no volver a hacerlo nunca más. Pero lo cometiste de nuevo y esta segunda vez ya no fue tan terrible. Sentiste algo de culpa, y tal vez, hasta te sentiste algo mal. Pero no te encontrabas tan perseguido. No te pareció tan grave.
Volvemos a pedir perdón, pero ya no con tanta preocupación. Estamos más relajados. La situación se repite y volvemos también a repetir el pecado. Dos, tres o cuatro veces más, y entonces, nos acostumbramos. El mismo pecado que una primera vez veíamos como tremendo, ahora ya no nos resulta tan grave. Y lo dejamos pasar.
No nos produce tanta culpa, no es tan enorme. Nos acostumbramos y a su vez nos insensibilizamos. Comenzamos a tomarlo como algo natural, que sucede siempre, que es habitual. Y cometemos el gravísimo error de desestimar la gravedad de lo hecho. Porque para Dios, no hay niveles ni grados de importancia en el pecado, todos son horribles y tienen consecuencias.
Por eso nos recomienda que no nos acostumbremos, que consideremos la situación con la gravedad que tiene. Dios nos manda no sólo a confesar el pecado, sino que debemos apartarnos de aquello que nos lleva hacia la tentación de practicarlo.. Encubrirlo es un gravísimo error. Para poder prosperar en la vida, hay que combinar confesión y alejamiento del pecado. No te acostumbres a lo malo.
REFLEXIÓN – Combiná bien.

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