16 de diciembre – Cuarto

«Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público.» Mateo 6:6 (NVI)
El siglo XXI, es el siglo de la velocidad. Todo cambia con sorprendente y excesiva rapidez. Nos acostumbramos a vivir apurados: comemos apurados, viajamos apurados, dormimos apurados, hacemos todo a las apuradas. Ya no nos queda tiempo para estar tranquilos. Es casi una obligación estar a las corridas. En medio de esta vorágine cotidiana, Dios se planta y nos dice: es mejor parar. En su Reino, las cosas suceden a otros ritmos. Dios requiere de meditación y dedicación para poder impactar en la vida de sus hijos.
Parece incompatible con la vida moderna el requerimiento de Dios. No nos alcanza el tiempo para tener la quietud necesaria para conocer a Cristo, para orar y dedicarle nuestra alabanza, para comprender Su mensaje a través de La Biblia. Por eso, me llamó la atención la palabra que utilizó Jesucristo para referirse al tema que estaba ministrando.
Cristo utilizó la palabra tameon, que se traduce cuarto. No era cualquier habitación. Era el lugar del templo donde se guardaban los tesoros. Era como si Jesucristo hubiera dicho: Pasá tiempo a solas con mi Padre y recibirás tremendas riquezas espirituales, tesoros de sabiduría, dinero en paz, fortunas enteras de gozo, guía consuelo. El tesoro de Dios se guarda en el tameon de la oración.
Su preciosa invitación es que nos dediquemos a orar. Jesucristo nos ofrece las riquezas y el silencio de cielo. Pero para descubrirlo hay que entrar en una habitación especial. No es un lugar para entrar apurado, ni pensando en otra cosa. No podemos estar de pasada. Es un lugar donde Dios guarda sus riquezas más íntimas y preciosas.
¿Cuánto tiempo dedicarías en el Museo del Louvre, para analizar bien cada obra de arte? Los que entendidos recomiendan ir con tiempo suficiente para no perder detalle. Pero al tameón de Dios entramos corriendo, pasamos rápido y nos vamos sin recordar lo que vimos. Por eso es que no disfrutamos la bendición.
Para tu vida agitada y sin calma, San Agustín te propone que para poder cumplir con todas tus obligaciones cotidianas, le dediques a Dios al menos una hora de tu tiempo para orar. Él decía que como estaba tapado de responsabilidades oraba a Dios tres horas por día antes de comenzar con sus tareas.
REFLEXIÓN – Entrá al tameón de Dios.

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