19 de Junio – Padre
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, en que somos llamados hijos de Dios.” 1 Juan 3:1 (NVI)
Padre
El concepto de padre cambió mucho con el paso del tiempo. Hoy los padres se quejan porque no tienen autoridad sobre los hijos y no pueden dominarlos. Pero en la época de la primera iglesia la relación padre-hijo era muy fuerte, mucho más de lo que es hoy en día. La ley indicaba que el padre siempre tenía potestad sobre su hijo, aunque este fuera mayor de edad y padre de familia. Siempre seguía siendo su hijo, y en consecuencia, estaba obligado a obedecerle. Solo podían liberarse de la obediencia al padre, cuando este moría. Era un derecho paterno perpetuo. El hijo siempre era hijo, no importaba qué edad tuviera o cuán lejos viviera.
Incluso la adopción era tan fuerte, que cuando un padre adoptaba a un hijo, era como si este naciera de nuevo. Quedaban anuladas todas sus deudas y asuntos anteriores, y tomaba los derechos y obligaciones de su nueva familia. Ya nadie podía reclamarle nada de su familia anterior.
El mismo concepto toma Juan para explicarnos el tema. Dios nos adoptó como hijos, no porque seamos valiosos, ni porque tengamos méritos, sino solamente por su inmenso amor; y nos hizo parte de Su Familia. Anuló toda la deuda y castigo por nuestros pecados, canceló toda la condenación que pesaba sobre nosotros, y nos regaló todos los beneficios y responsabilidades de pertenecer al Reino de Dios.
Es increíble pensar en el enorme privilegio que Dios nos dio. Nos sacó de la condenación y del infierno, y nos abrió la puerta de su Reino. Nos adoptó como hijos, nos hizo coherederos con Cristo y nos dio las riquezas de su gloria. ¡¡¡SOMOS HIJOS DE DIOS!!!
A veces no somos conscientes de esta situación y asumimos nuestra condición de hijos de Dios, como algo normal y cotidiano, sin recordar el altísimo costo que pagó Dios para adoptarnos: la mismísima muerte de Cristo. A través de este hecho, Dios nos brinda todos los exquisitos privilegios de Su Presencia. Lo menos que podemos hacer es comportarnos como Él desea, y agradecerle con la vida y con nuestras acciones el amor que mostró. Juan nos invita a valorar y revalorar nuestra nueva condición. ¡Demos gloria a Dios y alabemos a nuestro Señor, por su eterna generosidad al habernos adoptado como hijos!
REFLEXIÓN – Seamos hijos agradecidos.
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