2 de agosto – Disfrutá
“Los que regresaron del cautiverio celebraron la Pascua el día catorce del mes primero.” Esdras 6:19 (NVI)
Después de setenta años en la dispersión y más de diez que tomó la reconstrucción del templo de Jerusalén, el pueblo de Dios volvió a celebrar la pascua. Era una fiesta nacional que recordaba la salida de la esclavitud de Egipto con la ayuda de la mano poderosa y milagrosa de Dios. Una conmemoración llena de símbolos y de recuerdos.
Los más jóvenes era la primera vez que participaban de la festividad. Hubo una preparación especial. Cada uno limpió su casa de todo vestigio de levadura, se cocieron los panes, se purificaron y el día catorce del mes primero, celebraron la pascua. ¡Cuánta emoción contenida durante tantos años, liberada en una sola noche! Celebraron con pasión y alegría, como se hace siempre en los estrenos, sin saber que estaban anticipando una pascua mejor.
Años más tarde, el mismo día del mismo mes, era celebrada otra pascua. Mientras el pueblo de Israel mantenía la tradición de celebrar el éxodo de Egipto, Jesucristo, el cordero pascual, era sacrificado sin misericordia por hombres rudos que no entendían lo que estaba pasando.
Pero para el cielo, era el momento más terrible de la eternidad. Dios estaba entregando a su propio Hijo para que por el derramamiento de su sangre, tuviéramos la oportunidad de ser perdonados y salvados de un castigo justo para nuestras malas acciones. ¡Sublime acto de amor perfecto de Dios, que se ofreció a si mismo en rescate por vos y por mi! Ya pasaron dos mil años de aquella pascua y hoy seguimos recordando esa muerte y resurrección gloriosa en el pan y en el vino de cada domingo.
¿Cómo es tu recuerdo? ¿Tiene la pasión y la emoción de aquellos judíos en la pascua de reinauguración del templo? ¿Tiene la sensibilidad y la intimidad del cielo aquel día del mes primero cuando Cristo fue crucificado? ¿O está infectado por la rutina y la costumbre eclesiástica? ¿Hay pasión en tu adoración, o es sólo una reunión más?
La reunión de la adoración se convirtió en rutina, y algunos se demoran o ausentan por la razón más banal. Que el frío, que el calor, que estoy cansado, que la familia, que los estudios, que los amigos, que el partido. Cualquier excusa es suficiente para faltar. Nos importa poco la importancia de esta fiesta. Aquellos hombres de Jerusalén hoy nos desafían a volver a la fuente, A recordar la emoción y el sentimiento que teníamos la primera vez que participamos.
REFLEXIÓN – Disfrutá como la primera vez.
Comentarios de Facebook