21 de agosto – Palabras
“Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan.” Efesios 4:29 (NVI)
Hablamos lo que pensamos. Nada de lo que decimos es casualidad. Nuestras palabras son el resultado de nuestro pensamiento interior. Cuando discutimos en casa, que es el lugar donde hablamos con mayor crudeza y menor cuidado, hablamos para lastimar. Sabemos donde le duele al otro y pegamos en ese lugar. Hay palabras que lastiman más que espadas, y lo sabemos.
En el trabajo o en la iglesia, tratamos de disimular más y nos cuidamos en lo que decimos. Pero en casa, donde no hay restricciones al vocabulario, solemos ser mucho más duros y lapidarios con nuestros comentarios. Las peleas entre primos o entre hermanos suelen ser mucho más duras que entre compañeros de colegio. Nos desinhibimos por la confianza de estar en familia y se libera nuestra lengua. Palabras que dañan.
Pablo conocía los efectos letales de esta arma tan dañina como peligrosa. Y su carta a los Efesios nos recuerda algo que tenemos que evitar: toda conversación obscena. Va más allá que evitar hablar de sexo. Este pedido de Pablo impacta en nuestra conversación cotidiana para cuidarnos en lo que decimos o hablamos. Para que nuestra conversación cotidiana, sea la bendición de aquellos que nos escuchan.
Esto parece una utopía en el mundo en el que vivimos, donde lo único que escuchamos a diario son manifestaciones de violencia, gritos, agresiones e insultos. Resulta casi imposible cambiar el dialecto cotidiano. Excepto que cambiemos nuestra mentalidad. Pablo sabía esto. El apóstol había aprendido que hablamos lo que pensamos. Y que si llenamos nuestra mente de agresión, violencia e insultos, es precisamente lo que vamos a hablar.
Por eso, es que nos pide que cambiemos la manera de pensar. Que nos dejemos limpiar por la Gracia del Espíritu de Dios para que sane nuestra mente, nos libere de nuestros malos pensamientos y nos llene con pensamientos de bendición. Sería una tarea imposible querer cambiar nuestras palabras, si primero no cambiáramos nuestra mente. Solo aquel que esté dispuesto a mantener una comunión continua e íntima con Dios, y que persevere en esto cada día, podrá hablar como Dios quiere y utilizar Sus palabras para edificar a otros, para bendecirlos, para hacerlos crecer, para que sean mejores.
Si revisas tus últimas palabras, ¿qué se podría decir de tus pensamientos? Limpiá tu mente con la potencia del Espíritu.
REFLEXIÓN – Hablás lo que pensás.
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