21 de febrero – Posición
“Dijo: Yo soy una voz que clama en el desierto: Enderezad el Camino del Señor”. Juan 1:23 (RVR)
Juan el Bautista fue un hombre muy singular. Era de la familia de los sacerdotes, tenía carisma y había logrado una revolución religiosa entre los judíos de su época. Estaba en el pináculo de su carrera cuando un grupo de fariseos le preguntó quién era.
Y en medio de tanta fama y reconocimiento, Juan se bajó del caballo y dio un paso al costado. Es algo muy difícil esto de renunciar en el momento de gloria cuando los aplausos están sonando, cuando las personas nos buscan y nos llaman. Eso fue justamente lo que hizo Juan.
El negó ser el Mesías, negó ser Elías (los judíos estaban convencidos de que Elías resucitaría para anunciar que el Mesías iba a llegar, y que lo ungiría como Rey del nuevo reino), y negó ser un profeta escogido (tanto Isaías como Jeremías habían profetizado la llegada del Mesías y muchos creían que antes de que este viniera, alguno de estos profetas aparecería para avisarlo).
Juan había logrado que todas las clases sociales tuvieran el bautismo de arrepentimiento. Esta era una práctica que un judío jamás haría, porque se consideraba el pueblo escogido. No necesitaba bautizarse. Era algo reservado sólo para los gentiles que deseaban convertirse al judaísmo.
Sin embargo, este hombre del desierto vestido con pieles había logrado que trabajadores, esclavos, soldados, religiosos, colaboracionistas del gobierno y mercaderes, volvieran a Dios.
Y a pesar de haber hecho algo tan grande, él se autodefinió como una voz que llamaba a la gente a prepararse para cuando viniera El Mesías. A pesar de sus grandes logros no se la creyó. El supo cuál era su lugar y dónde estaba parado.
Hoy Dios sigue necesitando cristianos dispuestos a servir, con la grandeza de hacer proezas, con la humildad de reconocer que son sólo siervos y que la obra es de Dios. Hombres y mujeres con altos ideales, y vidas santas que respalden la tarea. Hay un lugar para cada uno en la obra de Dios, que debe ser ocupado con la humildad de los grandes. Sin tener envidia de los que son aplaudidos. Sin desear el lugar de nadie, cumpliendo la tarea que Dios le asignó.
¿Estás dispuesto a tomar tu lugar?
REFLEXIÓN — Nadie puede tomar tu lugar, porque es tuyo.
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