27 de marzo – Sirve
“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.” Salmos 126:5 (RVR)
Sembrar era un trabajo muy duro. Había que preparar la tierra y abrir los surcos. Todo se hacía a fuerza de buey. Había que limpiar el terreno de piedras. No importaba si hacía frío o calor, solo se podía trabajar. Y después de tanto esfuerzo, había que esperar.
Creo que esa debía ser la peor parte. Esperar es terrible, y puede ser insoportable. Pero finalmente, a su tiempo, el campo está listo para la siega y eso produce felicidad y satisfacción. Ya no se recuerda el sufrimiento, la espera y la angustia. Ahora se mira el terreno y se lo ve lleno de frutos.
Pensaba qué similitud preciosa hay entre estos hechos y el trabajo en la Obra de Dios. Hay mucho esfuerzo y trabajo en cada ministerio. Se trabaja mucho en dependencia de Dios, tratando de agradarlo, pero eso no garantiza el éxito, ni que la tarea sea fácil. Hay mucha soledad, lágrimas y tristeza en la obra.
Pero cuando uno puede ver el fruto de su tarea, entonces, todo lo sufrido se olvida. Ver al niño insolente y violento que después de años se convierte en un hombre de bien; observar al que era egoísta, que luego de mucho tiempo, abre su corazón y su bolsillo De esto se trata lo que habla el salmista. La Obra de Dios requiere de mucho trabajo, pero los frutos son una bendición de alegría. Pero puede ser que nunca veamos esos frutos. Pero en el cielo Dios va a premiar.
En el siglo XIX, había un pastor en una congregación de Inglaterra que no tuvo muchos frutos. Después de varios años de predicar, sólo un niño, solamente uno, había aceptado a Cristo como salvador. Por esos resultados, la congregación decidió sacarlo de esa responsabilidad. Fue muy duro para este hombre de Dios. Unos años más tarde murió, triste e incomprendido sin haber llevado mucho fruto. Cuenta una leyenda que cuando llegó al cielo, Dios lo premió por ese único fruto. Ese niño se llamaba David Livingston.
No te desanimes hoy por los pocos resultados de tu trabajo. Llegará el día, en la tierra o en el cielo, en el cual podrás ver cuál fue la siega de tu empeño. Y ese día, tendrás un gozo perfecto.
REFLEXIÓN — Que las lágrimas del esfuerzo no empañen el gozo del fruto.
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