27 de octubre – Ceder

“Sara le dijo a Abraham: EL SEÑOR me ha hecho estéril. Por lo tanto, ve y acuéstate con mi esclava Agar. Tal vez por medio de ella podré tener hijos.” Génesis 16:2 (NVI)
Dios le había prometido a Abraham que iba a ser padre de multitudes. Pero ya tenía casi noventa años y su mujer era estéril. Era una promesa muy difícil de cumplir. Cada mes que pasaba sin concebir significaba un puñal en el corazón de Sara. Dios no estaba cumpliendo, y eso generaba mucho malestar familiar. Así que Sara tomó una decisión. Darle a su marido un hijo conformaba el deseo más importante de su vida. En ese tiempo lejano, era la razón para ser una esposa. Culturalmente, para aquella sociedad una mujer era madre o no era nada. Por eso le hizo ese planteo a su marido. Hoy suena a perversión, pero en aquellos días era una costumbre normal.
La esposa le entregaba a su marido su esclava personal, para que tuviera hijos con ella. Como la esclava no tenía derechos y todo era de su ama, los hijos que tuviera también. Era una manera legal de cumplir con su marido.
Pero el pedido de Sara iba en contra de la promesa de Dios. Era un atajo al plan divino. Y Sara no se dio cuenta de que no hace falta ayudar a Dios. Él puede hacer las cosas solo y las puede hacer bien. No necesita que forcemos sus planes para que salgan bien a nuestra manera. Tanto presionó Sara que finalmente Abraham accedió. Y nació Ismael.
En ningún momento de este proceso de decisión Abraham consultó a Dios. Cedió a los reclamos de su mujer, aunque sabía que no era la manera de hacer las cosas. Con el nacimiento de Ismael, la situación no mejoró. Agar, la esclava, comenzó a mirar con desprecio a su ama porque ella tenía lo que Sara no había podido conseguir. Relaciones tirantes, dimes y diretes, discusiones, falta de armonía.
La solución de Sara no hizo nada más que incrementar las dificultades. Pero no solamente para ella y su familia. Por su mala decisión se formó una nación enemiga de su descendencia. Y miles de años después, el mundo sigue padeciendo la pelea entre los árabes (descendientes de Ismael) y los judíos (descendientes de Isaac).
Si Abraham no hubiera cedido, nada de esto habría pasado. Hoy, esta anécdota nos impulsa a tener cuidado. La presión puede ser mucha, pero debemos mantener la fidelidad a las promesas de Dios. Él sabe lo que hace y cuando lo hace.
REFLEXIÓN – Ojo con ceder.

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