30 de enero – Puerta
“Pasaron por la primera y la segunda guardia, y llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad. El portón se les abrió por sí solo, y salieron.” Hechos 12:10 (NVI)
Pedro estaba en un momento crítico. Unos días atrás, el rey Herodes había asesinado a Jacobo, uno de los líderes de la nueva iglesia. Fue una medida política muy hábil. La crucifixión de Jesucristo y su resurrección habían sido muy recientes, y la noticia se iba esparciendo como reguero de pólvora. Habían fracasado tratando de ocultar la resurrección. Ahora tenían que detener el incipiente movimiento religioso que iba tomando fuerza.
Así que decidieron eliminar a los principales cabecillas. Eso desalentaría a los demás. Con Jacobo degollado se generó recelo en la ciudad. El ambiente estaba tenso. Imperaba la desconfianza y el temor. Nadie sabía quien sería el próximo. Y le tocó a Pedro.
Lo tomaron prisionero y lo encerraron en la cárcel. La única razón que pospuso su ejecución pública fue la celebración de una fiesta judía. A Herodes no le convenía que el pueblo se ofendiera si rompía una tradición religiosa. Cuatro dotaciones, de cuatro soldados cada una, custodiaban a Pedro, quien estaba encerrado en una cárcel del fuerte, encadenado a dos soldados. Solo, en medio de tantos enemigos esperaba la muerte. No había tiempo para actos heroicos, la suerte de Pedro estaba echada.
Era un callejón sin salida, el problema no tenía solución. La muerte era sólo cuestión de tiempo, de muy poco tiempo. Pero igual la iglesia clamaba en oración por Pedro. Y Dios escuchó a su pueblo. Dios siempre escucha. Así que decidió intervenir.
Envió un ángel durante la noche que despertó a Pedro, hizo que las cadenas se soltaran y escoltó a Pedro por las mazmorras de la prisión pasando todos los puestos de guardias del fuerte, hasta el enorme portón de hierro que cerraba la libertad. El portón se abrió solo y Pedro quedó libre. ¿Un problema imposible? Sí, para los hombres, pero no para Dios.
Tal vez hoy estás como Pedro, encadenado a tus problemas, sin esperanza ni fuerzas. Esperás solamente un desenlace predecible y nefasto. No vislumbrás futuro, ves nada más que oscuridad. Demasiados problemas sin solución, demasiada carga, demasiado dolor, demasiada soledad, demasiada angustia.
Dios te escucha y te puede abrir la puerta de la solución. El pesado portón que siempre está cerrado, puede ser abierto por Dios. Confiá, Él puede darte la solución.
REFLEXIÓN – Dios puede abrirte la puerta de la libertad.
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