12 de agosto – Seguir

«Al pasar vio a Leví hijo de Alfeo, donde éste cobraba impuestos. Sígueme, le dijo Jesús. Y Leví se levantó y lo siguió.» Marcos 2:14 (NVI)
Mateo tenía mucho para perder. Ser cobrador de impuestos para el gobierno romano era una posición envidiada y odiada a la vez. Roma tenía una fuerte política de impuestos para mantener su gobierno imperial y su gigantesco ejército en todos lados. Cada país conquistado se convertía en tributario para Roma Y la política de recaudación se tercerizaba en nativos ambiciosos.
No había leyes bien claras para la recaudación de impuestos y variaban de pueblo en pueblo, porque Roma le exigía a cada ciudad una cantidad determinada. Por otra parte, no se preocupaba si el cobrador se quedaba con algún importe. Esto generó que los cobradores de impuestos se hicieran muy ricos a expensas del bolsillo de sus conciudadanos. No se podían negar a pagar, por que si se resistían intervenía el ejército. Y no se podía discutir el impuesto, porque la palabra del recaudador era la palabra de Roma. Por todo eso eran tan odiados.
Además, era un cargo vitalicio. Lo único que se le exigía al recaudador era permanecer en su puesto de trabajo y enviar a Roma las remesas de dinero. La prosperidad del cargo era proporcional al odio que generaba. Los recaudadores se consideraban traidores a la patria. Eran marginados de los lugares públicos y desechados por sus vecinos. Solo se juntaban con otros recaudadores. Una cofradía de ladrones que desconfiaban unos de otros.
Mateo era un recaudador de impuestos. Pero un día escuchó sobre Jesús. Había algo distinto en ese Maestro. Sus palabras, su persona, su actitud eran diferentes de las de todos. Y un día sorpresivamente, ese hombre lo miró a los ojos y le dijo: Sígueme.
Mateo evaluó rápidamente: Si sigo a Jesús pierdo mi trabajo de recaudador y nunca más podré recuperarlo. Tampoco voy a poder trabajar de otra cosa porque nadie querría tenerme cerca por haber sido recaudador de Roma. Los otros seguidores de Jesús saben quien soy, y me van a hacer la vida imposible. ¿qué gano si lo sigo? Nada. Pero lo cierto es que pierdo absolutamente todo lo que tengo hasta ahora.
Sin embargo, este hombre calculador y matemático, en lugar de seguir lo que la lógica le indicaba, obedeció sin dudar al llamado del Maestro, y dejándolo todo (absolutamente todo), eligió seguir a Jesucristo. La única razón que pudo justificar semejante decisión fue, simplemente, que estaba enamorado del Dios Hombre.
Si Jesucristo pasara por tu barrio hoy y te dijera: Sígueme, ¿qué harías?
REFLEXIÓN – Seguí a Jesús.

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