24 de abril – Expulsar

«Aser no expulsó a los habitantes de Aco, ni a los habitantes de Sidón, ni de Ahalb, ni de Aczib, ni de Helba, ni de Afec, ni de Rehob.» Jueces 1:31 (RVR)

La generación victoriosa que había vivido las increíbles manifestaciones del poder de Dios ya había muerto. Josué, el gran conquistador que había iniciado con total éxito el camino de la conquista, ya no estaba. Gran parte del territorio había sido conquistado. Se había repartido la tierra entre las tribus de Israel. Sólo le quedaba a cada tribu un pequeño esfuerzo más para echar a los últimos habitantes de su tierra y cumplir así con el mandamiento de Dios para la conquista.
Después de todo lo que habían luchado y procurado, les quedaban apenas unas pocas batallas que encarar. Sin embargo, no llegaron al final de la obra. Dejaron todo casi listo, pero no lo terminaron. En lugar de expulsar a los enemigos, tal como Dios les había mandado, los hicieron tributarios. Aparentemente era una posición ventajosa, pues en lugar de matarlos les hacían pagar un impuesto y de esa manera incrementaban sus ingresos. Pero se equivocaron al considerar que su plan era mejor que el de Dios, y no se dieron cuenta que, en realidad, cedieron la tierra al enemigo. Se confiaron pensando que podrían manejar la situación y mantener el control sobre todas las variables. Pero la historia mostró lo terrible, problemático y duro que fue su error. Supusieron que podrían convivir con aquellos a los que Dios les había exigido que expulsaran. Dios no tiene medias tintas; cuando pide algo, lo pide con mucha razón.
El pedido de Dios era justificado porque sabía que las malas compañías corrompen las buenas costumbres, y sabía que tener vecinos idólatras iba a provocar que el pueblo de Israel se torciera y dejara a Dios. No pasó una generación para que esa profecía se cumpliera y los problemas se incrementaron en el pueblo de Israel. Conquista, destrucción, robos, asesinatos, opresión, y muerte fueron la consecuencia de no terminar la tarea que habían comenzado con Gedeón.
Hoy cometemos el mismo error. Queremos convivir con aquellas cosas que a Dios le desagradan y con las que recomienda dejar. Coqueteamos con el pecado, con los vicios, con las salidas, con correr los límites, con los excesos, con lo gris. Dejamos la santidad que Dios exige por nada. Y no nos damos cuenta que corremos el mismo riesgo que los israelitas. Hay que expulsar lo que nos amenaza.
REFLEXIÓN – Expulsá a tus enemigos.

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