3 de Abril – Mirar


“Mirará el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho.” Isaías 53:11 (NVI)
Mirar
No hay en toda la Escritura un pasaje profético que hable del Señor Jesús con tanta claridad y crudeza como Isaías 53. Es el pasaje por excelencia que revela los padecimientos del Mesías y nos demuestra la magnitud de sus sufrimientos. Isaías nos muestra con mucha dureza la realidad que iba a padecer el Hijo de Dios.
Uno no puede menos que estremecerse al leer este corto capítulo de la terrible historia de los sufrimientos de Cristo.
No solo lo que sufrió físicamente, y la terrible agonía de la cruz, los clavos, los latigazos, los golpes, la corona de espinas (un sufrimiento que supera toda imaginación), sino que también detalla los sufrimientos espirituales que padeció, la soledad, el desprecio, la indiferencia, la mentira, la calumnia, el desamparo de su Padre. El que nunca conoció pecado fue hecho pecado.
Si hiciéramos un inventario de los padecimientos de Cristo, cuesta creer que un ser pueda soportar tanto.
Y hay algo aún más terrible que todo esto. Dice Pablo que al que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros. Resulta incomprensible pensar en Cristo y en el pecado. Son totalmente opuestos. Cristo es La Santidad, La Pureza y sin embargo en la cruz, se vistió con tu pecado y con el mío.
Esa fue la razón por la cual el Padre oscureció la tierra durante tres horas, como si quisiera tapar el espectáculo atroz de ver a Jesús manchado con mis pecados.
¡Cuánto amor debe tener Dios para hacernos este regalo! Pero hay un regalo adicional que me conmueve terriblemente. Algo que estremece el corazón cuando lo analizamos y que nos demuestra el incomparable amor de Jesucristo.
Según Isaías, Jesucristo va a ver sus sufrimientos y sus angustias y va a mirarme a mí, un pecador redimido, un pecador salvado, un pecador rescatado y va a quedar satisfecho. Como si todo lo que pasó fuera poco comparado con el placer de tenerme cerca de Él.
El mismísimo Señor Glorioso del Universo, en el cielo, sentado en Su Trono de majestad, marcado por los clavos y las espinas está esperando el momento de reunirse conmigo, un simple mortal débil y pecador. Y como dice un viejo himno «El placer común tendremos, en la gloria allí, yo al estar en su presencia y Él al verme a mí». ¡Glorioso privilegio!
REFLEXIÓN – Una razón para adorarle.

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