30 de julio – Cañita

“Cubrieron las aguas a sus enemigos, ¡no quedó ni uno de ellos! Entonces creyeron a sus palabras y cantaron su alabanza. Bien pronto se olvidaron de sus obras, no esperaron su consejo.” Salmos 106:11-13 (RVR)
Es muy conocida la historia del pueblo de Israel cuando salió de Egipto, y de cómo los egipcios murieron bajo las aguas. Debe haber sido imponente ese momento. De ser esclavos condenados a trabajar hasta morir, pasaron a ser libres y escaparon cargados de oro y regalos. Cuando pensaron en que todo iba a ir bien, vieron a lo lejos el ejército egipcio que los perseguía para matarlos. Estaban atrapados entre sus enemigos y el mar. Eran un par de millones de seres cansados, con niños y ancianos, sin posibilidad de dar pelea y sin esperanzas.
Entonces, un hombre se para y dice “Crucemos el mar, Dios lo va a abrir para nosotros” Y así fue. Me imagino como estarían los israelitas del otro lado, cuando vieron cerrarse las aguas. Es inimaginable la felicidad que tendrían, habrán saltado, gritado, cantado hasta la locura y aún tenían más ganas de agradecer. Habrán subido al cielo cientos de miles de agradecimientos y notas de alabanza.
Pero nos recuerda el salmista que poco después de este acontecimiento, los israelitas se olvidaron de esa proeza. Y ante la falta de agua, comenzaron a murmurar contra Dios. Luego, un tiempo más tarde, adoraron un becerro. Nos cuesta creer que las mismas personas que agradecieron y alabaron tanto en la orilla del mar, fueran las mismas que ahora murmuraban y se inclinaban ante un becerro de oro. Pero, sin embargo, eran las mismas.
A veces, nosotros también actuamos como los israelitas. Hay días que estamos cerca de Dios, le agradecemos y alabamos por sus bendiciones, y cuando aparece alguna complicación, somos los primeros en murmurar, en estar de mal humor, en enojarnos. Dios espera de nosotros más estabilidad.
Hay quienes son como una cañita voladora, de esas que vemos para Navidad y Año Nuevo. Son extremadamente bellos y deslumbran a todos, pero duran muy poco. Dios prefiere que seamos como velas, que sin ser nada espectaculares, alumbran siempre igual, recién prendidas o casi consumidas. El pueblo de Israel fue muchas cosas, pero nunca constante. No imitemos su ejemplo. Nuestra fidelidad a Dios, debe estar por encima de las circunstancias.
REFLEXIÓN — No seas cañita voladora, mejor viví como una vela.

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