23 de Agosto – Canción
“Es más, se ha hecho evidente a toda la guardia del palacio y a todos los demás que estoy encadenado por causa de Cristo.” Filipenses 1:13 (NVI)
Canción
Uno intenta hacer evidente sus virtudes, nunca sus defectos. A estos los escondemos a más no poder. Ocultamos los errores, disimulamos las equivocaciones y las culpas. Pablo no. Había llegado a la ciudad de Filipo para predicar el Evangelio. La primera persona que cree es una mujer que tenía una empresa de teñido de púrpura. Era una empresaria multimillonaria. Ella los invita a su casa y seguramente los agasaja con lujos, pero Pablo no hace referencia al hecho. Sin embargo en su carta a la iglesia de aquella ciudad, les menciona esto.
Luego de ese momento de gloria, lo llevan preso. Antes lo habían molido a palos hasta dejarle la espalda sangrando y abierta. Lo pusieron en un cepo de cuatro agujeros, en la cárcel de más abajo, donde confluían todos los líquidos y sólidos de toda la prisión (en las cárceles romanas no había baño en cada celda, sino una zanja con caída al fondo). ¿Qué hicieron Pablo y Silas en ese momento? ¡Cantaron! ¿Cantás cuando estás triste porque te desaprobaron en un examen?
La canción fue tan impresionante que el carcelero, luego del terremoto les pregunta qué debía hacer para ser salvo. Ellos no le habían predicado, pero le habían comunicado el mensaje. Este hombre quería lo mismo que tenían ellos. Es llamativo cómo el Evangelio impacta a un hombre de clase media, con un buen trabajo, estable, sin complicaciones, con una familia constituida, un hombre duro de profesión, difícil de convencer.
Es que el Evangelio es poder de Dios. Sacude al hombre ordenado de clase media, un duro que creía que estaba bien. Y él cambia modalidades de pensamiento y de acción, tanto que el hecho no pasó desapercibido, ni para los presos, ni para la iglesia, ni para la guardia del palacio. Todos supieron que hubo un preso lastimado que había transmitido una verdad maravillosa, y nadie podía ocultar que la gloria era de Dios.
Definitivamente no la pasó bien Pablo, y las heridas del cuerpo y del alma fueron difíciles de cicatrizar. La injusticia, el insulto, los golpes, la suciedad, ¿fueron para él tan determinantes? No. Él eligió cantar y por esa canción un hombre indiferente se convirtió al Evangelio. Hoy nos toca a nosotros el desafío de imitarlo.
REFLEXIÓN – Tu canción cambia vidas.
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