4 de septiembre – DAC

“Entonces Jacob dio a Esaú pan y guisado de lentejas; y él comió y bebió, se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura.” Génesis 25:34 (NVI)
Esaú vendió su primogenitura. Había llegado cansado y hambriento del campo, hacía días que no comía. Había estado persiguiendo las presas tratando de cazar algo, y estaba agotado. Cuando regresó a su casa, apenas llegó a las tiendas olió un delicioso guiso de lentejas que se estaba preparando.
Jacob, su hermano, lo tenía casi listo. Dame un poco de ese guiso, le pidió Esaú mientras se le hacía agua la boca. Cualquier hermano hubiera servido un poco en un plato, pero no Jacob. Él era un timador y un aprovechador. Viendo la ansiedad de su hermano le dijo: te lo doy si me vendés a cambio del guiso tu primogenitura.
La primogenitura era más que el derecho del hermano mayor de heredar una porción mayor de los bienes de su padre que el resto de los hermanos. También consistía en el derecho a constituirse en el patriarca de la tribu cuando el padre muriera. Se trataba de un altísimo honor en aquellos días, además de un beneficio económico superlativo. Ni a un tonto se le habría ocurrido vender ese derecho, y si se hubiera decidido hacerlo, el precio que habría puesto sería extremadamente alto.
A Esaú no le importó, él solo quería un plato de lentejas. Se encaprichó que quería esas lentejas y vendió un derecho extraordinario por un plato de comida. ¡Un tonto absoluto! Esaú no se acordó de la ley del DAC: Toda Decisión provoca una Acción, y toda Acción genera una Consecuencia. Es una ley que no se puede eludir. Siempre se cumple, para bien o para mal.
Buenas decisiones dan origen a buenas acciones, que generan buenas consecuencias. Y viceversa. La decisión de pecar, produce pecado, que siempre genera consecuencias nefastas (aunque al principio parezca divertido e inofensivo). Hoy vivimos con la negligencia de Esaú, queriendo satisfacer nuestros deseos inmediatos, sin medir las consecuencias de nuestros actos, ni pensar en lo que provocamos con cada elección.
¡Si pudiéramos ver por un segundo el dolor que le causamos a Dios cada vez que decidimos mal, tendríamos mucho más cuidado cuando elegimos! Pero no pensamos. Vendemos el privilegio de ser hijo de Dios, que costó la preciosa sangre de Jesucristo, por un momento de pecado y disfrute. Vendemos nuestra santidad que costó la vida de Cristo por un platito de lentejas divertidas.
REFLEXIÓN – Pensá antes de actuar. Decidí bien.

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