15 de agosto – Humildad
“Y puso David una guarnición en Siria de Damasco, y los sirios fueron hechos siervos de David, sometidos a tributo, pues Jehová daba la victoria a David dondequiera que iba.” 1 Crónicas 18:6 (RVR)
Todos queremos ser “un ganador”. Nadie quiere ser el último de la cola, el eterno perdedor, el hazmerreír del barrio. Todos aspiramos a ser como el muchacho de los avisos publicitarios, al que todo le sale bien. Todos queremos ser el héroe de la película. Nadie quiere ser un fracasado. A nadie le gusta ser el segundo, y muchísimo menos el último, en ninguna competencia.
David es el típico ejemplo de un hombre ganador. Lograba sus objetivos, alcanzaba las metas que se proponía y siempre quedaba bien parado. Los sirios eran enemigos muy poderosos, sin embargo, fueron vencidos por este hombre. No había lugar para los fracasos, en el ejército de David.
Pero más allá de las victorias militares que David alcanzó, tenía un secreto escondido para lograr esta cualidad tan deseada. No cualquiera puede ser un ganador. Pero debemos tener cuidado al pensar cuál es la idea de ganador que tenemos, qué tipo de ganador deseamos ser. No es la imagen que nos vende la TV, ni la del cine. El exitoso para Dios, está muy lejos de eso.
La verdadera aptitud de un ganador se logra teniendo comunión con Dios. David lograba sus grandes victorias porque Jehová estaba con él. Era un buen soldado, pero necesitaba la ayuda incondicional de Dios. Su éxito dependía de la bondad de Dios, no de sus fuerzas.
Actualmente, es muy fuerte la presión social que se ejerce para imponer una forma de ser y de comportarse que, supuestamente, conduce al éxito. Los compañeros del colegio, los medios de comunicación como la radio y la TV, todos intentan plasmar en tu cerebro que la imagen del exitoso es la de una persona que hace lo que sus sentidos le indican, y que por lo general, está lejos de Dios.
Incluso, se intenta pintar al cristiano como débil, mediocre y limitado. Nada tan opuesto a la realidad. Quien está cerca de Dios es verdaderamente un exitoso. No hay victoria duradera lejos de la comunión con Dios. No midas el éxito con los ojos humanos ni con los parámetros materiales y vanos de esta sociedad. Medilo siempre con la dinámica de Dios.
Sólo una vida de santidad y dependencia de Dios garantizan el éxito. Los grandes hombres, son los que se humillan delante de Dios.
REFLEXIÓN — El éxito comienza con la humillación.
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