3 de febrero – Concesiones
“Salomón entró en alianza con el faraón, rey de Egipto, casándose con su hija, a la cual llevó a la Ciudad de David mientras terminaba de construir su palacio, el templo del SEÑOR y el muro alrededor de Jerusalén.” 1 Reyes 3:1 (NVI)
En la antigüedad los casamientos de los reyes jamás eran por amor. Consistían en acuerdos estratégicos y necesarios para obtener alianzas. La idea del matrimonio, lejos de un concepto romántico, constituía una cuestión de estado. Los príncipes no elegían a sus futuras esposas. Esas decisiones se tomaban en la Corte.
Salomón no fue la excepción a la regla. Se distinguió, sin lugar a dudas, como el rey más exitoso de la historia de Israel; el hombre que consolidó un reino y le dio su mejor período de gloria y prosperidad. Pero en este tema, siempre eligió mal. Apenas comenzaba su reinado cuando Salomón tomó por mujer a la hija del faraón, fortaleciendo su alianza con el rey de Egipto. Una medida políticamente correcta, pero opuesta al mandato de Dios.
Dios había sido muy claro en el momento en que, por boca de Moisés, mandó a su pueblo, a no tomar mujeres de otros pueblos. La regla no tenía excepciones ni para reyes, ni para establecer acuerdos políticos, ni por medidas de emergencia, ni por situaciones de única vez. Pero a Salomón no le importó y tomó por mujer a una egipcia.
El hombre más sabio del mundo comenzó con el pie izquierdo su reinado. Pensó que estaba haciendo las cosas bien. Tenía una buena razón para hacer esa alianza. Significaba algo positivo para su reino y para su pueblo. Era un deber como rey mantener la paz exterior y las buenas relaciones internacionales.
Pero se olvidó de lo que pensaba Dios de su extenso razonamiento. Todo argumento se destroza cuando se enfrenta a la negativa de Dios. No se puede seguir sosteniendo la validez de un pensamiento cuando se rompe una orden directa que emana de Él. Salomón no tuvo en cuenta esto. Y se equivocó. El fin no justifica los medios, ni las circunstancias atenúan la gravedad del pecado.
Hoy queremos como Salomón razonar con Dios y defender nuestros hábitos y costumbres. Pero Dios no negocia. Lo que prohibió, sigue prohibido. Aunque no queramos aceptarlo, Dios no va a cambiar sus reglas, es mejor adaptarse a ellas. Rechazarlas es condenarnos al fracaso. No cometas el error de Salomón. No te pongas a Dios en contra por llevarle la contra.
REFLEXION – No justifiques lo injustificable.
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