3 de Mayo – Defensa
“Pero si tú vuelves la mirada a Dios, si le pides perdón al Todopoderoso, y si eres puro y recto, él saldrá en tu defensa y te devolverá el lugar que te corresponde.” Job 8:5-6 (NVI)
Defensa
Cuando era chico la autoridad era respetada. En el colegio, la palabra del profesor o del maestro era casi incuestionable. Hoy las cosas cambiaron y ya no se respeta a la autoridad. Cuando era chico alcanzaba con que mi mamá me mirara para que me quedara quieto. Ella a veces invitaba a sus amigas al té de las 5 y preparaba una mesa muy bien provista. Había galletitas, medialunas con jamón y queso, masas. Obviamente con mi hermano nos sentábamos a la mesa pero con la consigna de no comer. Y si alguna mano se extendía hacia el plato de algo rico, la mirada de mi mamá alcanzaba para disimular y tomar el azúcar para el té.
Cuando Juampi o Connie quieren algo lo agarran aunque los mire con cara seria. Las cosas cambiaron. A pesar de la actitud, ellos saben que si miro con cara de enojado, luego viene el reto. Las miradas hablan. Antes se respetaban, ahora se ignoran. Pero siempre hablan.
Job estaba sufriendo terriblemente y uno de sus supuestos amigos que había ido a consolarlo le tira este salvavidas de plomo. Lo acusó de un pecado oculto que Job no había cometido y eso agravó su pesar. Pero la frase tiene una verdad intrínseca que es vigente: Dios vuelve su mirada al pecador arrepentido.
No es una mirada de recriminación, ni de censura. No mira señalando el error ni para cuestionar los pecados. Si ante una falta volvemos a Dios arrepentidos y le pedimos perdón, Dios perdona y olvida. Su mirada de amor y consideración siempre vuelve. Y lejos de condenarnos, Dios vuelve a salir en nuestra defensa. Vuelve a ser nuestra muralla protectora.
Dios sigue siendo nuestro paraguas que nos cuida de la lluvia. Cada vez que nos mojamos no es porque su fidelidad filtre sino porque decidimos alejarnos de su área protectora. Por eso cuando volvemos arrepentidos, Dios nos devuelve al lugar que nos corresponde. Sos hijo y nunca dejás de serlo por más pecados que cometas. Cada pecado tuyo ofende y lastima a Dios pero no te saca tus privilegios. Solo el arrepentimiento puede devolverte la comunión con el Padre, y su mirada de amor ser tu defensa permanente.
REFLEXIÓN – La defensa de Dios depende de tu arrepentimiento.
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