6 de octubre – Sosa
“(…) Ninguno tenga más alto concepto de sí que el que deba tener (…).” Romanos 12:3 (RVR)
Mercedes Sosa, la cantante folklórica nacida en Tucumán, falleció el 4 de octubre de 2009, a los 74 años. Era un ícono de la canción popular, y un referente para todos aquellos que hoy son famosos también, por haberse destacado en ese género musical.
Despertó gran interés la conmoción que provocó la noticia. Personas del espectáculo, de la política, de los medios gráficos y televisivos, incluso rockeros consagrados, pasaron por el salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación, donde se velaron sus restos. Una multitud la acompañó hasta el cementerio de la Chacarita para darle su último adiós.
Los diarios internacionales se hicieron eco del anuncio y publicaron un sentido réquiem. Sorprendió la extensa repercusión. La Negra (como se la conocía en el ambiente) tenía un perfil muy bajo. A pesar de su fama y de su influencia musical, no protagonizó jamás un escándalo. Y fue eso lo que más ponderaron todos en su velorio.
Tenía la humildad y la grandeza de aquellos que conocen su valor y su prestigio y que no tienen necesidad de promocionarlo. En estos días tan marketineros donde tratamos de vender una imagen ampliada de nuestras virtudes para minimizar el impacto de nuestros defectos, recordamos lo que Mercedes nos enseñó con su ejemplo: hay otro camino.
Pudo actuar de esa manera porque sabía lo que valía y estaba satisfecha. Es la combinación ideal para actuar con grandeza. Pablo tomó este mismo concepto para recomendarle a los romanos que tuvieran cuidado. Dios nos pide esa misma nobleza, que sepamos nuestro justo valor. No sirve aquel que porque se siente menos, se desvaloriza.
Todos tenemos defectos y errores que cargamos con pesar. Reconocerlos y mejorarlos también es parte de la grandeza que Dios nos pide. Pero debemos evitar que sean un ancla que nos hunda y minimice. Mejor, utilicémoslos como una catapulta que nos impulse para perfeccionarnos cada día.
La contracara de esa actitud es el orgullo. La creencia de que somos perfectos, los mejores, y de que nadie puede decirnos o corregirnos nada. Este sentimiento es por igual negativo pero exponencialmente más nocivo, porque genera autosuficiencia, desprecio o desvalorización del otro, discriminación y problemas personales.
A Dios no le sirve ni una cosa ni la otra. Él recomienda el equilibrio, el reconocimiento del valor preciso para potenciar el servicio de excelencia de cada uno, sin menospreciar lo que los demás hacen. ¿Cual de las tres actitudes es la tuya? Viví la mejor de las tres.
REFLEXIÓN – Valés para servir.
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