17 de Diciembre – Marginación
«…te ruego por mi hijo Onésimo, a quien he engendrado en mis prisiones.» Filemón 10
Marginación
La vida en la antigüedad se dividía entre esclavos y libres. Más aún los griegos sostenían que un ser libre, no debía trabajar. Por eso era necesario tener esclavos. Y era muy notoria, la diferencia que existía entre ambos. Había lugares, ropa, amistades, comidas, y diversiones que no estaban al alcance de un esclavo. Estaba marginado de la posibilidad de disfrutar de la vida.
Hoy ya no hay esclavos, pero sigue habiendo marginación. Se presenta por distintas razones, por cuestiones de edad, de color de piel, de religión, de sexo, de poder adquisitivo, de conocimiento cultural, de geografía. Discriminamos y marginamos a los que son distintos. Hoy la xenofobia es un mal instaurado en cada sociedad.
¿Alguna vez experimentaste el amargo sabor de la marginación? Se siente mucho dolor cuando nos dejan a un lado. No importa demasiado el motivo, ni las causas. El dolor de la marginación deja heridas en el alma que difícilmente cicatrizarán. Pablo sabía muy bien esto. Y en una sociedad marcada por la discriminación y la diferencia de clases, este hombre de Dios, llama hijo a Onésimo.
Este Onésimo era un esclavo y un fugitivo. Si había alguien en el mundo para sentirse discriminado y perseguido, ése era Onésimo. ¿Quién podría interesarse por alguien así? Pablo valoró a este hombre más allá de su condición social y lo llamó: «mi hijo». Quizá nunca antes había sentido un vínculo tan íntimo y cálido como aquel que le ofrecía el anciano apóstol. La persona más discriminada de la sociedad, fue tenida en cuenta por el gran evangelista.
Pasaron los siglos, pero las personas seguimos actuando de la misma manera. Separamos a los diferentes y marginamos a los que son distintos a nosotros. Por eso aunque en nuestros días ya no existen esclavos, todavía sigue habiendo Onésimos que necesitan ser llamados: «hijo mío». Personas que necesitan ser tenidas en cuenta y valorizadas. Cristianos lastimados por la marginación, que no supieron disfrutar de las bendiciones de la comunión.
Miremos con atención dónde está: quizá el cadete de la oficina, el abuelo en el geriátrico, el menor de nuestros hijos, o en el hermano silencioso que se sienta solo en el banco de atrás. La mano de Dios puede estar cerca de cada uno de ellos, a través de tu abrazo, a pesar de las diferencias.
REFLEXIÓN – Mostrá cariño, rompé la marginación.
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