19 de marzo – Siega
“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.” Salmos 126:5 (RVR)
Sembrar era un trabajo muy duro. Había que preparar la tierra para abrir surcos. Todo se hacía a fuerza de bueyes. Había que limpiar el terreno de piedras. No importaba si hacía frío o calor, sólo se podía trabajar. Y después de tanto esfuerzo, había que esperar.
Creo que esa debía ser la peor parte. Esperar siempre es terrible, y puede llegar a ser insoportable. Pero finalmente, a su tiempo, el campo estaba listo para la siega y eso producía felicidad y satisfacción. Ya no se recordaba el sufrimiento, la espera y la angustia. simplemente se miraba el terreno y se lo veía lleno de frutos.
Pensaba qué similitud preciosa hay entre esta labor y la tarea en la obra de Dios. Hay mucho esfuerzo y trabajo en cada ministerio, y todo se realiza en dependencia de Dios tratando de agradarlo; pero eso no garantiza el éxito, ni que la tarea sea fácil. Hay mucha soledad, lágrimas y tristeza en la obra.
Pero cuando uno puede ver el fruto de su esfuerzo, entonces, todo lo sufrido se olvida. Ver a un niño insolente y violento que después de años se ha convertido en un hombre de bien; ver al que era egoísta, que luego de mucho tiempo, abre su corazón y su bolsillo. Es esto de lo que está hablando el salmista. La obra de Dios requiere mucho trabajo, pero los frutos son una bendición de alegría. Puede ser que nunca veamos esos frutos, pero en el cielo, Dios nos va a premiar.
En el siglo XIX, en Inglaterra, había un pastor de una congregación que no tuvo muchos frutos. Después de varios años de predicar, sólo un niño (solamente uno) había aceptado a Cristo como salvador. Por esos resultados, la congregación decidió quitarle esa responsabilidad. Fue muy duro para este hombre de Dios. Unos años más tarde murió, triste e incomprendido sin haber llevado muchos frutos. Cuenta una leyenda que cuando llegó al cielo, Dios lo premió por ese único fruto. Ese niño se llamaba David Livingston.
No te desanimes hoy por los pocos resultados de tu trabajo. Llegará el día (en la tierra o en el cielo), en el cual podrás ver cual fue la siega de tu empeño, y ese día, tendrás un gozo perfecto.
REFLEXIÓN — Que las lágrimas del esfuerzo no empañen el gozo del fruto.
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