7 de julio – Orgullo

“Descendió entonces Naamán y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios, y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio… Ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel.” 2 Reyes 5:14,15 (NVI)
Los seres humanos somos muy raros. Estamos marcados por una tendencia que nos diferencia de los animales, y es que, además del razonamiento, tenemos la virtud de complicar las cosas. Pareciera que hacemos lo imposible para enredar lo simple.
Un general sirio leproso pidió ayuda al rey de Israel para que lo sanara de su lepra. El profeta Eliseo se enteró del caso y le dio la receta: que se lavara en el Río Jordán y sería limpio. Cuando al general Naamán le dieron la receta para ser sanado se enojó y no quiso obedecer a Eliseo. Los criados del leproso lo persuadieron para que lo hiciera y, en efecto, Naamán se zambulló siete veces en el Jordán y fue sanado. Dios obró tanto, que este sirio testificó de Dios y decidió hacer holocaustos sólo para Jehová. El poder de Dios cambió la vida de este hombre.
Pero para poder ver su carne limpia, tuvo que bajarse del caballo de su orgullo y enfrentar la realidad. Si Dios te pide algo muy difícil para lograr lo que deseas, ¿no lo harías? Entonces, ¿por qué no hacer algo tan simple?
Recién cuando Naamán dejó de lado su orgullo, su posición social, su título de general y aceptó la orden del profeta, es que Dios pudo ayudarlo y bendecirlo. Hay veces que queremos mover la mano de Dios, según nuestro propio criterio Y hacemos lo imposible para lograr lo que queremos de la manera en que queremos.
Pero no entendemos que el orgullo es una traba para Dios. No hay lugar para los engreídos en las bendiciones que Él imparte. Para poder recibir el favor de Dios, primero hay que humillarse delante de Él y reconocerlo como Señor, porque Él es quien manda y quien pone las condiciones. Aceptarlas, constituye una garantía de que estamos en condiciones para recibir el regalo de Dios.
Si Dios te pidiera algo muy difícil para darte lo que tanto estás deseando, ¿lo harías? El sólo te pide humildad y obediencia, y está dispuesto a abrirte las ventanas de los cielos.
No pierdas tu oportunidad.
REFLEXIÓN — Bendiciones y orgullo nunca fueron buenos compañeros.

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